Hay cosas que no se aprenden de los libros o en la escuela, que no te las enseña nadie, que no te das cuenta que lo sabes, hasta que lo necesitas y además sin planearlo, sin pensarlo, sin calcularlo te pueden sacar de más de un apuro y te hacen sentirte bien con lo que te rodea, sea mucho o poco.
Una mañana ni de invierno ni de primavera de 2008 andaba distraido camino de Minatxuri, cuando el giro del sendero me obligó a fijar la mirada en los alrededores del caserío Aragor.
Una muchacha bastante joven, o así me lo pareció, se dirigía hacia el pueblo probablemente a coger el autobús que le acercara a Tolosa a hacer algún encargo. Me llamó la atención que hiciera algo que no se correspondía con la idea que yo me estaba creando de la escena. La chica me vió, nos separaban unos 150 metros, me sentí incómodo por la intromisión, pero seguí caminando observándole de reojo, y ella a lo suyo, sin yo entender bien lo que ella hacía.
La curiosidad una vez más me pudo, y cuando la chica desapareció entre árboles y prados, desanduve el camino, y no sin cierta sensación de culpa me acerqué hasta donde le ví hacer lo que antes no había entendido. Me encontré con un bote de cristal sujeto boca abajo en una rama de haya a punto de brotar. Al lado había una fuente y enseguida comprendí que la chica, en un gesto cotidiano y natural había sencillamente bebido agua de la fuente.
Me quedé preocupado, pensando que en ese caserío quizás no supieran que beber agua no tratada de las fuentes naturales es peligroso, que te puedes coger fácilmente una gastroenteritis o también una peligrosa hepatitis o cualquier otra grave enfermedad; tristemente hoy en día es más seguro beber agua del grifo de casa, que de cualquier fuente, igual de nutritivo beber agua del grifo que cualquier carísima agua mineral delicatesen.
El inmenso acuífero de Gaztelumendi soporta anualmente cientos de kilos de plomo contaminante con el que nos regalan cazadores de palomas y "otros animales", cientos de litros de tratamientos químicos para que no medre la procesionaria, cientos de litros de fertilizantes, detritos y otros productos de nombre variable y siempre desagradable para ayudar en la ganadería y agricultura de montaña.
Sin proponerlo conscientemente me estaba aguando la fiesta, el feliz paseo matutino, con pensamientos y razonamientos quizás excesivos y demasiado negativos. Me centré de nuevo en el camino, anduve 200 ó 300 metros sin pensar en nada pero observando lo que me rodeaba, y al salir del bosque encontré un grupo de cespitosas orquídeas, alguna de ellas a punto de brotar, y sin razonamiento lógico alguno pensé que.............. si yo viviera en Aragor, estoy seguro que todas las mañanas también bebería agua de la fuente.
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