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23 marzo 2009

Otsolaitz - La piedra del lobo

Hacía ya más de un año que no visitaba Otsolaitz, y además recordaba perfectamente cómo aquél fue un ciclo "vecero" y el suelo del hayedo lo encontré entonces completamente sembrado de hayucos recién caidos. Lamentablemente me falló la maquina de fotos, o creo recordar que una posterior y zafiosa manipulación informática me hizo perder el reportaje del día.

Las hayas cada 7 u 8 años tienen una producción excepcional de frutos, y por eso se les dice "veceros". Ya desde casa salí con la intención de recolectar 4 o 5 pies de planta de haya de nueva germinación del año anterior, para replantarlos y verlos crecer unos años en casa hasta miniaturalizarlos y hacerlos luego bonsais.
Como muchas veces pasa, la intención es una y el resultado suele ser otro. El día antes de esta excursión había caido por los alrededores una tormenta primaveral, corta en duración pero de gran intensidad; incluso la prensa del día se hacía eco de los estragos que causaron las abundantes precipitaciones que se concentraron sobre todo en el área de Belauntza.

Lo que me encontré en Otsolaitz fue un manto de hojas de haya recién brotadas y caídas en el suelo, golpeadas implacablemente por el inoportuno granizo primaveral, pero nada de hayucos germinados. El espectáculo me impresionó, pero la naturaleza a veces es violenta, violentamente natural. Esta tormenta quedará reflejada en un anillo más delgado para ese año en el tronco de las hayas, en un registro dendrocronológico inequívoco, pero los árboles sobrevivirán sin problemas.

Me empecé a sentir mal y con cargo de conciencia, porque horas antes había dormido una suave siesta de diez minutos mientras oía en el Teleberri un truculento suceso sobre una niña que había sido violada. Reconozco que el resultado de la tormenta del día anterior en Otsolaitz me había impresionado más que el suceso de Santander.
A 40 metros de esta escena y ya en la cara norte de Arburuko harkaitza me fijé en su cruz, en las piedras sobre las que se asienta y ví claramente a un lobo de piedra caliza, que me miraba fijamente y sin compasión a la vez que me sugería que abandonara rápidamente aquél lugar reservado sólo para lo bello, lo natural y lo honesto. Aquella noche tuve pesadillas: un monstruo de piedra retorcía mi cuerpo y huesos hasta convertirme en un bonsai.
Al día siguiente me informé en internet sobre la situación del lobo en Euskalherria, y llegué a la conclusión que este paraje no es "La piedra del lobo" sino "El lobo de piedra", con todo lo que ello quiere decir.

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