Hace algunos años un amigo me invitó un fin de semana a visitar su pueblo, a unos 15 km. de Pamplona. Era un pueblo abandonado, hacía ya más de 40 años que no lo habitaba nadie de forma continuada, e intentaba rehabilitar una casa al menos, para algún día, cuando el trabajo y los dineros se lo permitiesen, irse a vivir lo más cerca posible de la naturaleza, lo más lejos posible de personas como yo, a los que amigablemente pero con cruel ironía nos llamaba "ratas de ciudad".
Una vez encauzada la jornada, que fue de trabajo, y tras un largo silencio, me miró fijamente y me preguntó con seriedad, autosatisfacción y simpleza: ¿Sabes porqué este pueblo, a pesar de estar en ruinas es rico, muy rico, inmensamente rico? No me sentí autorizado a responder y me dijo "Mira ese bosque, es del pueblo, ahí está la verdadera riqueza de estas ruinas, y dentro de treinta años ahí seguirá, rico, inmensamente rico".
Me estaba diciendo que su futuro sería vivir del bosque, que valía mucho dinero, pero que por eso precisamenten sabía que si lo respetaba, el intercambio sería largo, mutuo y productivo.Me ronda estos días por la cabeza "Garoa" la novela pastoril de Txomin Agirre, el mito de la arcadia vasca, el ensimismamiento y ensoñamiento rural, la esencia de la cultura vasca para muchos.
Cuando los ecologistas hablamos de recuperar el bosque autóctono, los técnicos a sueldo de los políticos vascos, y lo han dicho más de una vez, nos tachan de cándidos y soñadores, afirman que los bosques de robles son un mito, que los ecologistas somos como una suerte de rapados Hare-Krihsna que vivimos en una nube de leyendas divertidas e ingenuamente mentirosas.
Hoy en día se habla ya de clonar a un mamut siberiano, pero por lo visto es imposible crear un robledal.
"Hura bai zela gizona" (Ese sí que era un hombre), con esta frase comienza Garoa, y me acuerdo de mi amigo al que perdí la pista y no sé en qué batallas andará metido, pero su bosque treinta años después hoy seguirá allí, seguro, rico, inmensamente rico.
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