Jueves santo de 2009, la gran escapada nacional, viento sur y tiempo muy agradable, casi emocionado por la novedad paseo por primera vez con Jon mi hijo de siete años por Gaztelumendi, Erroizpe, Larte, etc. Le llevo a mis lugares favoritos, vemos dolinas y alzamientos del terreno, entramos en la abandonada mina de yeso, la costa vasca a una veintena de kilómetros, casi olemos la mar que tanto disfrutamos en verano, le hago un bastón de monte a medida con una recta, dura y flexible rama de avellano, observamos decenas de águilas y aguiluchos, vuelos en espiral de una colonia de buitres, carboneros, córvidos, "Zozoa beleari, Ipurbeltz", txantxangorriak, una recua de caballos se interpone en nuestro camino y la movemos con golpes en las rocas de nuestros especiales bastones de monte y lanzándoles palos, libramos unas diez distintas atakas o puertas para cercar el ganado de montaña, un escarabajo con toda su prole a la espalda, bordas, flores, y rozamos también alguna que otra zarza, saludamos a unos pocos mendizaleak, cinco o seis, no más, almorzamos tranquilos, bebemos agua y hablamos de la vida, del monte y de nuestras cosas, y nos prometemos una siguiente excursión al imponente y cercano Txindoki, que no se hará esperar.
Casi llegando a mediodía de vuelta a Gaztelu, nos topamos con tres despistadas excursionistas de ciudad, tres chicas de unos 35 años que fotocopia en mano de un plano de la zona nos preguntan por el camino a Erroizpe. Nosotros bajamos por un camino alternativo directamente desde Minatxuri, y el de Erroizpe se ve claramente a unos cien metros, pero las jóvenes tienen que rehacer el camino. Les explicamos sus posibilidades y nos despedimos amigablemente.
Llegamos a Gaztelu, nos cambiamos de calzado, nos hidratamos, saludamos a tres niños con un adulto que van ya a casa a comer. Dos jóvenes patinan en el frontón. Una pareja de jubilados que se nota no son del pueblo disfrutan de la hora, del entorno, sin prisa que les reclame, sin nada que les agobie, sin preocupaciones por comer o dormir, felices. Nadie más.
La venta cerrada, la iglesia cerrada, las dos sociedades sin comidas, los agroturismos cerrados, la pradera tras el frontón con porterías de fútbol vallada. Cogemos el coche y dejamos atrás imponentes casas con videoportero automático, una con un aereogenerador situado en la zona con menos viento del pueblo, caseríos con puertas nuevas recién colocadas, Erreginenea aún sin terminar la rehabilitación.
Hoy es fiesta, nadie trabaja, las labores de la huerta han sido mañaneras. Las majadas abandonadas, el ganado un lujo, vemos cinco o seis burros en un cercado a la salida del pueblo, limpios, relucientes y orgullosos. En los pueblos pequeños, la forma de vivir, de hacer fiesta, de trabajar también ha cambiado, mucho además. No estoy seguro de que hayan acertado.
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