Casi llegando a mediodía de vuelta a Gaztelu, nos topamos con tres despistadas excursionistas de ciudad, tres chicas de unos 35 años que fotocopia en mano de un plano de la zona nos preguntan por el camino a Erroizpe. Nosotros bajamos por un camino alternativo directamente desde Minatxuri, y el de Erroizpe se ve claramente a unos cien metros, pero las jóvenes tienen que rehacer el camino. Les explicamos sus posibilidades y nos despedimos amigablemente.
Llegamos a Gaztelu, nos cambiamos de calzado, nos hidratamos, saludamos a tres niños con un adulto que van ya a casa a comer. Dos jóvenes patinan en el frontón. Una pareja de jubilados que se nota no son del pueblo disfrutan de la hora, del entorno, sin prisa que les reclame, sin nada que les agobie, sin preocupaciones por comer o dormir, felices. Nadie más.
La venta cerrada, la iglesia cerrada, las dos sociedades sin comidas, los agroturismos cerrados, la pradera tras el frontón con porterías de fútbol vallada. Cogemos el coche y dejamos atrás imponentes casas con videoportero automático, una con un aereogenerador situado en la zona con menos viento del pueblo, caseríos con puertas nuevas recién colocadas, Erreginenea aún sin terminar la rehabilitación.
Hoy es fiesta, nadie trabaja, las labores de la huerta han sido mañaneras. Las majadas abandonadas, el ganado un lujo, vemos cinco o seis burros en un cercado a la salida del pueblo, limpios, relucientes y orgullosos. En los pueblos pequeños, la forma de vivir, de hacer fiesta, de trabajar también ha cambiado, mucho además. No estoy seguro de que hayan acertado.
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