En este siglo XXI que nadie sabe donde nos va a llevar, la verdad se esconde en un bosque de ambiciones, en una encrucijada de poderes que mueven y consumen el mundo. La pérdida general de valores como el altruismo o la solidaridad nos sitúa ante una nueva casta de individuos incomprensiblemente egoístas e implacables, la brújula ha alcanzado el norte y se ha vuelto loca, gira, gira y gira, y nadie sabe dónde ni cuando parará. La educación ha mejorado para el funcionario y empeorado para el idealista, no hay maestros que nos enseñen el camino de la vida y los liderazgos se preocupan más de las apariencias y la acumulación y control del poder, que de ejercer de auténticos maestros del pasado, para poder vivir el presente con vistas a mejorar el futuro de los que vendrán.
Es difícil encontrar maestros de la vida, de esos que te aceptan con una mirada y te enseñan sin palabras, que no se venden por una nómina negociada, un horario cerrado o un no por respuesta. Los maestros de la vida no están escondidos, pero tampoco se les puede buscar, hay que dejarse encontrar por ellos, y el "encuentro" es un regalo de los dioses, un rayo de esperanza en una sociedad en la que el equipaje lo guardamos en la consigna del "sálvese quien pueda".
En la última excursión que hice desde Gaztelu a Ulizar, en la primera cuesta adelanté sin compasión a un "excursionista" de unos 70 años, pantalones de mahón, ligero, sin mochila, botas de monte, sin bastón ni gorra, de andar firme, seguro y ritmo constante. Agur, agur.... el saludo entre amantes de la montaña, todavía en muchos lugares es un gesto con cierto aire de ritual amistoso. 500 metros adelante me entretuve fotografiando unas metas de helecho y el caminante recién saludado me adelantó. Cuando volví a tomar el camino no tardé ni 5 minutos en volver a pasarle. Esta vez el comentario que le hice fue el fuerte viento que esa mañana de primavera recién estrenada nos acompañaba.
El camino me volvió a detener esta vez en un bosque de hayas, las yemas a punto de brotar peleando con brácteas ya oscurecidas por algún día de viento sur. Con el mismo ritmo acompasado que ya conocía, me volvió a adelantar mi "amigo" el caminante y en esta ocasión no hizo falta ni saludarnos, un cruce de miradas comprensivas y una sonrisa cómplice fue suficiente para salir del paso de éste ya cuarto encuentro.
Claro que sí, lo has adivinado, ya que volví a adelantarle 10 minutos después, cuestión de orgullo y 20 años menos en la mochila. En esta ocasión sentí vergüenza, tenía la sensación de estar ante un juego incómodo, ante una partida en la que tenía que jugármela el todo por el todo para al menos conseguir tablas, y para cuando me dí cuenta de la situación, ya había llegado al refugio de Uli reprochándome no haber sabido estar a la altura, ni del camino, ni del caminante.
Mientras me hidrataba, medité y decidí, que en cuanto llegara "mi nuevo amigo", le preguntaría directamente y sin verguenza, pero con respeto, quién era y qué motivación tenía para hacer una ruta sin equipaje, sin compañía y sin prisa.
Esperé diez minutos, y aparecieron dos motoristas, con ruidosas y coloristas motos de monte. Eran de ciudad, sin duda. Tenía la máquina de fotos preparada esperando retratar al "amigo desconocido", y cuando ya los tenía enfocados, uno de los motoristas, con algo de agresividad y mucha resolución, me ordenó que no sacara ninguna fotografía, que luego podría descontextualizarlas y usarlas en alguna publicación, que a ellos seguro no les interesaba. Evidentemente le hice caso, pero no me callé y le respondí con educación expresándole ingenuidad e incomprensión por pensar tan mal como un político y desconfiar sin compartir. Agur, agur.
A los cinco minutos aparecieron dos jinetes mientras yo estaba tumbado boca abajo, tripa al suelo, sacando macros de narcisos de primavera. Los conocía, un padre y su hija de 12 años, despacio, integrados en el bosque, viendo el mundo desde arriba....... agur, agur y unas risas.
Había pasado más de media hora y no aparecía mi amigo el desconocido. No entendí, ni entiendo ahora la ruta que utilizó para escaparse de mi encerrona..... y no apareció. Al rato me crucé con una excursión familiar, padre, madre, hijo, hija con... alguien más. Agur, agur.
Cinco veces me crucé en algo menos de una hora con el caminante solitario y aunque en principio lamenté no saber quien era, de donde venía y a dónde iba, también sentí haber conectado con un maestro de la vida, haber viajado juntos por un centro de poder, cumplido con un destino, una meta sin enseñanzas, sin deberes, sin problemas, sin moralejas.
Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue mandar un correo electrónico a mi amiga Eukene, contándole mis aventuras montañeras y esperando su interpretación de lo sucedido. Eukene es de esas personas que como le digas que eres Géminis, te responderá que tienes un doble perfil, uno bueno y uno malo, los dos tratables por separado, pero Ay ene.... como los juntes!!! Eukene, a pesar del horóscopo es una persona muy cabal e intuitiva y me respondió diciendo: "Lo tuyo con los maestros de la vida, es pura invención autocomplaciente, déjate de chorradas trascendentales, y céntrate en el tuétano de las historias; en esa excursión has tenido cuatro encuentros, cuatro situaciones diferentes, norte, sur, este y oeste, tierra, aire, agua y fuego, los cuatro elementos esenciales e imprescindibles para la vida..... y la conclusión que saco de tu excursión, es que te has entretenido en elementos superfluos, y que no has sabido llegar al fondo de la historia, pero fíjate bien, el fondo de la historia es que..... te has entretenido, te has divertido, lo has pasado bien..... y además haciendo algo que te gusta...... lo que pasa es que estás inquieto porque no encuentras la forma de compartir con el resto del mundo ese placer que te proporcionó las incidencias de tu excursión. Yo como tú, volvería a hacer ese mismo viaje, pero acompañado por alguien al que quieras".
Le haré caso a Eukene, repetiré la excursión y como un niño de cinco años, intentaré aprender de nuevo a compartir sin esperar nada a cambio. Gracias Eukene.
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